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Lo que diga el jefe

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Como en 1990, Argentina se clasificó para la Final de la Copa del Mundo tras vencer a Europa en la tanda de penaltis. Pasó después de un partido de nivel discreto pero lleno de detalles importantes hecho a imagen y semejanza del hombre que mejor jugó, Javier “El Jefecito” Mascherano. La pretensión de seguridad primó sobre cualquier cosa y favoreció que la albiceleste volviera a transmitir un poso que Holanda no siempre tuvo. Sobre el mismo edificó el éxito.

Garay dominó a Van Persie bienEl primer tiempo fue argentino. Los de Van Gaal mostraban dos defectos muy graves, los de Sabella ninguno y la balanza, sin nada espectacular, parecía decantada. En primer lugar, la Oranje aceptó llevar la posesión pese a que no estaba preparada para ello. Sus jugadores temblaban cuando controlaban la pelota y encima hacían cosas raras cerca de su área, pues asumían riesgos muy apurados y muy inútiles. Todo lo más que conseguían con sus imprudentes recortes ante Higuaín, Enzo Pérez o Lavezzi era alargar una circulación que nunca tuvo opción de superar a Mascherano y Biglia un poco más adelante. Quizás en su descargo haya que apuntar que Garay controlaba con rotundidad la alternativa de juego directo hacia Van Persie, pero, incluso así, más le habría valido a Holanda dividir el esférico más seguidamente, pues, a cada pase que completaba, Argentina parecía más grande y ella más pequeña.

Argentina abusó de la espalda de Bruno Martins Indi y Blind.

Además, primero Higuaín y luego Sabella detectaron con rapidez un desajuste defensivo que desangró a los tulipanes durante 45 minutos: la espalda de Martins Indi y Daley Blind. Ambos anduvieron fallones y sobre todo muy lentos; Argentina ganó línea de fondo por ahí con una facilidad inusual considerando la altura del torneo a la que se estaba, cualquier envío en largo de Mascherano, que estuvo espléndido pero ni es Pirlo ni lo insinuó, encontraba solo al Pipita primero y más tarde a Lavezzi. En principio, el Pocho ocupó la izquierda y Enzo (menos técnico) la derecha, pero al ver que el boquete estaba ahí y que si Higuaín era quien lo activaba el área se quedaba literalmente -pero literalmente- vacía, Sabella mandó allí al del PSG y fijó a su “9” en zona de gol. Tuvo tres, pero unas veces Vlaar y otras De Vrij se anticiparon.

Leo Messi no encontró la manera de ser importante en el juego.

El caos en el perfil siniestro de Holanda no era solo por Martins Indi y Blind, y esto ha de constar. Sneijder, interior izquierdo, mostraba una atención y una intensidad por debajo de lo requerido -no por desidia, sino porque no es lo suyo-, hasta el punto de que en los últimos compases del primer tiempo Leo Messi optó por caer en su lado para recibir y sumó así sus únicos minutos a la altura de la expectativa. 10 de 120. En los sobrantes, escaso e irregular. Sobre todo, escaso. Un balance decepcionante para un astro así en la semifinal de un Mundial.

Kuyt equilibró la zaga oranjeVan Gaal aprovechó el descanso para compensar el sistema y lo dotó de la estabilidad que hasta entonces no había lucido. Dio entrada a Janmat por Martins Indi y, de izquierda a derecha, ordenó la siguiente línea de cinco defensas: Kuyt, Blind, Vlaar, De Vrij y Janmat. Resultó más que loable que Kuyt, delantero de formación y extremo derecho goleador durante su apogeo, se las apañase por puro criterio táctico para taponar el agujero que tantos problemas había causado a Holanda. Con él ahí, no hubo más noticias ni de Lavezzi ni de ningún otro en la línea de fondo.

Sabella activó a Sneijder (y Robben) cuando quitó a Enzo Pérez.

Sin grieta en Holanda y tampoco en Argentina, pues el repliegue bajo de 4+4 seguía siendo un seguro de vida para Sabella, desde el minuto 45 al 80 no pasó nada. Alguna pequeña aventura en solitario de algún delantero y poco más. Parecía que Van Gaal debía mover ficha para activar a Robben, a quien se veía súper chisposo e interesado pero sin receta táctica para recibir en zona de peligro, y es que, por sus características, si juega como segundo delantero necesita espacio a la espalda de los centrales y Garay y Demichelis, bastante retrasados, no se lo daban. Pero entonces, el Pachorra se envalentonó y sustituyó a Enzo Pérez por Rodrigo Palacio. Un error que pudo costarle la Final.

Sin el benfiquista, Argentina perdió ataque y también defensa. Las dos cosas. Perdió ataque porque las conducciones de Enzo eran lo único que, aunque fuese vagamente, recordaba a Di María. Y es verdad que Messi no aparecía, pero su intimidación constaba, y la esperanza de verle un detalle persistía mientras alguien pudiese coger el balón abajo y soltárselo arriba. Sin Enzo, Leo empezó a bajar de más y cualquier ilusión se desvaneció. Y aun así, lo más conflictivo se produjo en la otra mitad. La salida del pulmón dio aire a Sneijder, éste empezó a contactar con la pelota con mayor comodidad, Holanda pasó a jugar más arriba y Robben a ser mejor asistido. Las tuvo en el 90 y el 96, como ante Casillas hace cuatro años. Esta vez fue Mascherano, quién si no, el que le arrebató la gloria con dos tackles prodigiosos. Se adivinaba como el duelo del envite, y, aunque le faltase metraje, lo fue.

Brasil ya espera el duelo entre Mascherano y Khedira-Müller.

Se llegó a la prórroga y en su primer acto siguió intacta la dinámica, algo que sí cambió en el segundo, cuando a los europeos se les notó la prórroga contra Costa Rica y a Argentina aquel corte de Garay en el minuto 91 sobre el pase de la muerte de Lukaku. La albiceleste estaba más entera y Palacio, cuya entrada había perjudicado antes, se erigió como el elemento de desequilibrio. Sus desmarques a la espalda de De Vrij supusieron dos ocasiones. La primera, para él. La segunda, de modo indirecto, para Maxi. Se malograron ambas y se alcanzaron los penaltis, donde Sergio Romero se mostró pletórico y Cillessen, corto. Suficiente para que el cruce se decantase en favor de Mascherano, escudo, arquero y país, que merecía enfrentarse a Alemania y medir hombría contra la misma. Nació para intentar detenerla. Será historia.


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